¿Hay algo más tenaz que la memoria?
Salvador Elizondo
I
-La muerte de los elefantes-
Si;
yo estoy en la cocina, estoy bebiéndome un vaso de leche con galletas marbú
dorada [quizás no debería hacer propaganda]. Corto las galletas en dos mitades
y luego hago otras dos mitades con esas dos mitades, por lo que quedan cuatro
trozos desiguales de galleta flotando en el lodo pasteurizado de la leche.
Repito la operación de forma automática con otra de las galletas, dos en cada
tanda. Éstas van empapándose y claudicando al peso de la gravedad, mientras yo
pierdo la mirada y mi concentración en zapping que emite no recuerdo qué cadena
por televisión. En uno de los cortes, unos pájaros vuelan aleatoriamente por el
espacio cerrado de una habitación blanca y aséptica. En la habitación hay
guitarras eléctricas y altavoces grandes y pesados distribuidos
convenientemente en la cuadratura. Los pájaros se mueven, repito, con la irregularidad
propia de los ácratas y los hijos maleducados, y a veces, solo a veces, van a parar a las
cuerdas estiradas y tensas de algunas de las guitarras. Descansan, reposan el
vuelo y resbalan horizontalmente improvisando un sknowbording divertido; vuelven
a descansar. Pasados unos segundos inician una nueva aventura, dejando tras de
si el sonido [diríase ruido] inconsciente de una cuerda en vibración. Hay,
calculo con superficial ligereza, unos 45-50 pájaros en total, todos en
movimiento discontinuo, ofreciendo on live un concierto único e irrepetible. Yo
estoy fascinado y por eso dejo que las galletas busquen el fondo azucarado del
cristal, cuando las recojo con la cucharilla parecen papilla. Continúo con la
mirada embebida en la caja [tremendo anacronismo] de la televisión. Siguiente
corte: unos campos amplios en plena naturaleza se extienden hasta un horizonte
sin delimitar por el objetivo de la cámara. Formando una perfecta geometría de
cementerio bien diseñado aparecen unas cruces de madera oscura y sufriente. Por
todas partes, es decir, de ambos brazos de la cruz cuelgan cedés sujetos con
hilo transparente de pescador. Todos ellos, a merced del viento y el sol,
ofrecen un impresionante espectáculo de luz y de colores. Hay muchas cruces. También
hay muchos cedés. No existe proporción; el número de cedés es infinitamente superior;
estos parecen estar flotando, como pompas iridiscentes de jabón en el espacio.
El plano de la cámara es fijo. No sucede nada extraordinario, salvo el juego de
luces producido por la fina película de agua no polarizada que reflexiona la
luz. Los cedés no paran de girar y girar. Pasados unos veinte segundos de
encuadre rígido y de silencio expectante, el subtítulo informativo de la
instalación; nombre y artista: Scarecrow (espantapájaros). Sonrio mucho, mucho,
mucho al reconocerme, es la primera vez que pasan algo mío por la televisión,
creo. Casi me atraganto con la risa. Toso bastante. Bebo un poco de leche fria.
Vuelvo a toser y después vuelvo a beber
leche fría. Es entonces, en el mismo momento en el que estoy dando el segundo
trago de esa leche insípida y los penúltimos restos de galletas se van colando
por el tobogán de mi garganta, cuando sucede todo.
Como si de una aparición fantasmal
se tratase, la veo allí, plantificada bajo el dosel de la puerta. Ha llegado
furtivamente, quizás mientras yo alternaba toses y risas, de ahí que no la
escuchara. Lleva un camisón rosa con bordados de flores rojas a la altura de
los pechos. El camisón parece de seda fina y delicada, gracias a dios no se
transparenta. Pienso, antes de concederle la palabra, que todavía representa
con dignidad su papel de mujer. Le atribuye un valor a su cuerpo y por eso lo
esconde. [Debo confesar que me fascina el pudor en sus múltiples
manifestaciones]. Al reconocerme acomodado en la mesa me planta una sonrisa de
rabia y felicidad, como si quisiera expresarme cierta dicotomía: “aquí me
tienes un día más”, o tal vez con mayor probabilidad; “ya me deben quedar
menos”. Le devuelvo la sonrisa gustosamente y le pregunto que tal ha dormido
esta noche. Es necesaria una cuidada vocalización por mi parte, acompañada de
un elevado tono de voz, aunque creo es más importante lo primero, pues
acostumbra a leerme los labios. No se me pasa por la cabeza despertarme después
de la centena con una sonrisa en la cara. Tampoco me veo con cien años. Ella me
responde tres segundos más tarde que ha dormido bien, que encontró el proceloso
camino del sueño via rezos y plegarias.
Empecé, dice, con San Juan Bautista, y terminé con tu abuelo, aunque a él,
creo, no pude llegar. Y continua;
…a veces me acompaña una tonadilla de fondo, siempre la
misma. Es una tonadilla extraña. Si bien es cierto no he dormido tan…Recuerdo
haberme despertado en un par de ocasiones. Si, eso es, un par de sobresaltos en
toda la noche. Tuve un sueño extraño. Un sueño realmente extraño. Tu abuelo
estaba en esa habitación de siempre encerrado. Tenía miedo y no tenia miedo. No
había visto a nadie en tiempo, hacia tiempo que no hablaba con nadie y por eso
escribía cartas sin parar. Todo el dia escribiendo cartas. Las sellaba con la
lengua, como lamiéndolas y luego las dejaba a una lado amontonadas. Habia
cientos de cartas formando una torre que se inclinaba con el peso. Cuando le
parecía, o me parece a mi que le parecía, cogía una de las cartas que estaban
en la base, la miraba con sorpresa, los
ojos encendidos de alegria y la abría con desesperación. Había montones de
cartas por toda la habitación, hojas estranguladas en el suelo, sobres abiertos
encima de la cama y en una silla que le hacía de mesita. En un bote de
pepinillos verdes sin pepinillos verdes guardaba dos plumas con dos gotas de
sangre en la punta. Junto al bote de pepinillos una lata de conservas de color
cobre llena de tinta roja. La tinta, era de su propia cosecha. Quiero decir,
que la sacaba tu abuelo de su propia sangre. El abuelo estaba demacrado como
una calavera pero continuaba escribiendo. Leía y escribía, sucesivamente. Una
sonda colgaba, como un una fuentecilla, de su estómago y se dejaba caer sobre
el interior de una bolsa de plástico blanca en la que ponía “automatic” con
letras negras y sin acento. De repente entra el caudillo en la habitación, sin
bigote y vestido de monaguillo. Lleva una sotana blanca que cuelga hasta las
rodillas. Un bordado de tres letras le cubre el frontón del pecho: M.S.I. El
bordado es de hilo negro, hilo gordo, muy gordo. La S es como la de Superman,
visiblemente más grande que las otras dos letras. Al entrar el caudillo dice:
represento al Movimiento Sinárquico del Imperio, Corinto Hazá me predijo, y por
eso estoy aquí, siendo acaso, el
resultado de su predicción. El abuelo no le ha prestado atención y
continua concentrado en la lectura de una nueva carta. El caudillo grita un
poco repitiendo la misma información. El bramido es ridículo, agudo y
desafinado. Tu abuelo se toca entonces la cara con las manos, se rasca los ojos
como solía hacer. Saca el peine de la cartera y se atusa con parsimonia el
cabello. Finalmente reconoce al caudillo con la mirada y le advierte una silla
justo al lado de una escopeta que hay apoyada en la pared. Tu abuelo no parece
estar asustado, tampoco se muestra sorprendido de que le hayan destapado el
escondite, y más siendo él, el caudillo, tan de los Otros. Éste coje la silla que está junto a la escopeta y se va
a sentar frente al abuelo. Saca una baraja española de cartas y le indica con
un gesto para que corte. La baraja
parece haberla sacado del interior de la sotana, yo diría que de los
calzoncillos, pero no estoy segura. Antes de cortar, el abuelo le ofrece un
poco de sangre con otra lata que tiene de repuesto. El caudillo la rechaza como
evidenciando un absurdo. Entonces el abuelo corta, reparte el jefe y se ponen
inmediatamente a jugar al cinquillo. Juegan sin entusiasmo pero juegan. Estiran
la partida hasta que se quedan sin
cartas apropiadas para continuar con la serie. Después, vuelven a empezar. Casi
siempre están empezando. Ahora, dice el caudillo, yo doy juego, y reparte de
nuevo. Siempre das tú juego, murmura el abuelo. Qué dices……. Nada.
Llevan cuatro o seis cartas lanzadas sobre la mesa cuando
el caudillo le pregunta al abuelo sin mirarle a la cara que porqué se ha escondido. El abuelo está
empeñado en ofrecerle sangre en la lata de conserva. Lo vuelve a intentar con
la mala fortuna de que le cae un poco
de esta encima de la sotana blanca. El
caudillo se solivianta y profiere algún insulto. Desgraciado, dice. El abuelo,
no levanta tampoco la cabeza, evitando así cualquier cruce de…Evita cualquier
desafío ocular con el general en cargo y jefe del Movimiento Sinárquico del
Imperio. Después contesta la pregunta: me aburren las guerras o las guerras son
aburridas, le dice el abuelo al caudillo, y además, continua, tengo o tenía
miedo, pero lo primero es más importante. Al abuelo le gustaba jugar a este
juego, al cinquillo. También le gustaban las películas del oeste. Las guerras
no son aburridas, o no son aburridas las guerras, dice el caudillo sin bigote
después de que tu abuelo reconociera que tiene
o tenía miedo. Las guerras, continuo diciendo el caudillo, son como las
operaciones quirúrgicas en el cuerpo, primero duelen pero luego se agradecen.
No me gustan las operaciones, dice el abuelo. Y si, las operaciones son como
las guerras, siempre dejan secuelas; es cuestión de tiempo, las temperaturas
bajan y el dolor reaparece. Hay operaciones que se hacen necesarias, dice el
jefe del M.S.I sudando como un profeta. Prefiero morir sin tener que pasar por
el quirófano, replica el abuelo. El caudillo empieza a hablarle ahora de
células cancerígenas, virus invasores, bacterias y hongos en mal estado,
tejidos dañados, putrefactos, en descomposición acelerada. El abuelo, creo que
sin querer, bosteza. No hace ruido alguno, pero lo ha hecho delante del
caudillo sin bigote y con las iniciales M.S.I grabadas en el centro de los
pectorales. La S,
dije, resalta, al igual que resalta la
S de Superlópez o la de Superman. Al ver que el abuelo ha
emitido la señal de un bostezo gigantesco, el caudillo siente la necesidad de
dejarse llevar y sucumbe al contagio. La réplica; otro bostezo avaricioso. El
nivel de oxígeno disminuye en la pequeña habitación de configuración monacal, o
es el aburrimiento el que está venciendo a los cuerpos. Nuevo ofrecimiento
visceral de tu abuelo, la sangre bien sondada y en recipiente de cobre
esmaltado. El caudillo lo rechaza e
intenta golpear con su brazo derecho la cara del abuelo, pero lo hace tan a
cámara lenta que lo que parece un jab brusco queda en una apertura de tai chi
ralentizada. El abuelo esquiva y da pie a que se comience una danza soporífera de movimientos
previsibles que se leen antes de nacer. Los bostezos ahora se concatenan, se esperan, se abrazan como
hermanos perezosos y lentos. Los párpados van cayendo, arrugados, sembrando
alguna que otra lágrima pesada e involuntaria [o no tanto]. Otro bostezo más. Y
otro. Y giros y golpes sin receptor, ya deambulando, ya perdiendo el sentido
del equilibrio, desatendiendo el espacio, el tiempo, la vida. La habitación que se va secando,
asumiendo un proceso irreductible de envasado al vacío, higienizado y aséptico
como una carne roja plastificada y blanda y sin oxígeno, tan limpia como un
corte seco sin temblores en el pulso o un disparo con silenciador. Los cuerpos
en el suelo, en plácido sueño, van descansando la eternidad y el caudillo queda
amorrado, como un angelote inocente y
cándido, a la sonda que atraviesa y transfiere al abuelo. Esta vez no ha habido
ofrecimiento, el caudillo la tomó por cuenta propia. Antes, eso si, de
abandonarse del todo, el abuelo, viéndolo chupar obstinadamente y siguiendo las
pautas de los asesinos con clase, aquellos que aun moribundos retienen una
frase para el final, le confiesa el ardid: no me hizo falta ir de
caza para matar al cabrón. Ni mucho menos ir a la guerra. La sosa cáustica va
haciendo el resto…
Post-delirium I
[…]
terminé con el abuelo, aunque a él, creo, no pude llegar. A veces me acompaña
una tonadilla de fondo, siempre la misma. No se de donde viene. Estoy sorda y
fíjate qué cosas siento [RISAS] Si con la tonadilla no me duermo empiezo a
recordar una obra de teatro que aprendimos antes de la guerra. Se llamaba “Un
alto en el camino” y la escribió uno que le decían el Pastor
Poeta. Yo memoricé todos los papeles, por si acaso a alguien se le olvidaba el
suyo. Ahora la se entera, de principio a fin, por eso me la represento para mi
misma, como si yo fuera el público y los actores a la vez. [RISAS] Ahora no
hacéis nada, con el demonio ese de internete no saléis de casa. Todos con la
cabeza como una pantalla de esas de ordenador. Antes era distinto, y ahora
también es distinto. Siempre es distinto, pero antes estaba tu abuelo y yo no
tenía que estar todo el día haciendo sopas de letras. Me gustan las sopas de
letras, pero a veces me duermo. Me entra el sueño y me duermo. Duermo mucho.
Duermo más que el aljez. La muerte me ha de pillar roncando [RISAS], ya verás
[RISAS], y con un bolígrafo en la mano porque estaré haciendo sopas de letras.
Yo era la criada, quiero decir, que mi papel correspondía al de la criada. En
realidad tanta letra me marea, por eso me entra el sueño [RISAS] Ya verás, la
muerte, en un ronquido se me cuela por la boca…[RISAS]
Pot-delirium II
Todavía
está sonriendo. Todavía presenta la sonrisa como el mayor y el más atractivo de
sus atributos, como si en sus labios bailara la felicidad. Los ojos le brillan,
pero es un brillo cansado, igual que el de una bombilla de bajo consumo recién
encendida. En realidad, ya lo dije, irá cogiendo temperatura. Ahora está ahí,
enmarcada en la puerta, justo a unas escaleras que hace años que no sube. A su
izquierda, un calendario con números que realmente no importan. El tiempo
reglado y absurdo de un mes y un año cualquiera. Y vuelvo a repetir, por si se
nos hubiera olvidado, que viste en la
medida en que su nobleza la defiende, un camisón rosa con flores bordadas en el
pecho. Sus senos hace tiempo que involucionaron, dejaron de ser protuberancias
para convertirse en dos emoticonos sin profundidad; dos pendientes
pudorosamente escondidos, como un secreto de incalculable valor.
Voy a levantarme. Voy a intentar
hacerlo. Quiero recoger la mesa y dejar todo como estaba. Apagaré la televisión
y pondré las galletas en su sitio, las guardaré en el armario. Voy y quiero
hacer todas estas cosas cuando ella me dice que guarda unas cartas del abuelo
de cuando la guerra. Yo me quedo paralizado. No puedo creerlo. Digo algo en voz
más o menos alta pero no puede oírme. Como no me ha oído, vuelve a repetir lo
de las cartas. Yo no le contesto. Ella sigue mirándome, esperando una reacción
por mi parte. Continúo en silencio, sin respuesta, sin preguntas. Al ver que me
mantengo inoperante, no insiste. Empieza a girar sobre sí misma muy lentamente,
apoyando sus manos en los laterales de la puerta. En ese momento ya solo me
ofrece el trasero, la ladera curvada de su espalda. Tres segundos que son tres
pasos, mecánica cuántica gasificada, pues al cuarto, bien paso, bien segundo,
me regala una escala cromática de gases bien solfeados. Yo pienso, no se
porqué, en A Love Supreme de John Coltrane, y en el misterio indescifrable de
la cosmogonía más recóndita. Pienso,
creo, en el misterio del Universo y en el amor supremo con el que debió
concebirnos aquel que nos concibió como para permitir estos deslices sin
atragantarse de vergüenza. Pero en realidad
da igual, todo da igual. Ella no se ha enterado de nada.
Ahora debe de estar sentada en el
sillón. Hay que decir que ella se puede permitir esa flojera en el estómago,
descargar cierta presión interna, expulsarla al exterior como un regalo
altruista y desinteresado. Considero a mi abuela una mujer esplendida. Nada
de preguntas incontestables. Cero
trascendencia. Simplemente una combinación de sopas de letras y un sueño fácil
es suficiente para hacer de su vida algo llevadero. Si, definitivamente hay
personas que logran ser felices. Mi abuela debe de ser una de ellas. Mi abuelo
en cambio….Ahora recuerdo; las cartas. No, no puede ser cierto, tanta sopa de
letras están acabando por confundirla. No es cierto. No, mi abuelo no sabía
escribir. Es imposible entonces que existan esas cartas. Yo tengo que
levantarme. Es necesario que así sea. Creo que voy a hacer esto, levantarme,
aunque no estoy muy seguro. Puede que me levante y me quiera volver a sentar.
Mi abuela estará ya en el sillón, Tiene el pelo blanco como la nata, o como la
nieve. Mi abuelo no tenía pelo, ni ilusión por la vida, era un hombre
desganado. Y delgado. Mi abuelo era un hombre delgado. No, mentira. Mi abuelo
no era un hombre delgado. Mi abuelo había perdido las ganas de comer. Tampoco estaba
gordo, mi abuelo. Respiraba fuerte, cuando moría; cuando estaba muriendo. Mi
abuelo estuvo muriendo durante mucho tiempo. Yo oía su respiración por las
noches, pero no estaba gordo. Nunca tenía hambre, ni sueño. Respiraba con
rabia, como arañando. Yo oía esos arañazos. Mi abuela debe de estar en el
sillón de cuero, sentada y feliz como una mariposa. Las mariposas, creo, son
felices. Mi abuela es feliz y por eso ronca. Yo oigo su respiración por las
noches. Las mariposas no roncan, creo, pero mi abuela si. Mi abuelo murió hace
dos años. El no roncaba. Los gusanos no roncan, creo. Mi abuelo era como un
gusano, siempre por tierra. Los gusanos no roncan pero respiran fuerte. Los
gusanos respiran fuerte porque les falta el oxígeno. En cambio, las mariposas
simplemente no roncan, sin embargo son felices y visten de colores. Mi abuela
es feliz y ronca también, y viste de colores. Los gusanos entran y salen de la tierra como si
nada. Salen para respirar porque dentro no pueden. Algunos nunca salen. Otros
si. Mi abuelo murió ahora hace dos años. Aunque no murió exactamente, terminó
de morirse. Mi abuelo moría de joven, y de viejo también iba muriendo. Fue una
muerte progresiva y lenta. Sobre todo una muerte lenta como la de los
elefantes. Los elefantes mueren lentamente y solos. Mi abuelo también murió
solo, aunque me apretara la mano tres veces, y me dijera adiós con los ojos y
dejara de respirar fuerte sin más. Los elefantes tienen mucha memoria, por eso
sufren tanto. Se apartan del resto de la manada y se van a morir solos. Se
apartan cuando van sintiendo la muerte. No quieren, pienso, una muerte
escandalosa. El escandalo es las lágrimas de los otros. Y la ausencia, supongo.
No hay ausencia sin presencia. O al revés. Se van desviando discretamente. Son
grandes pero discretos. No. Son grandes y discretos. Una vez solos, van
dejándose morir. La muerte está empezada y escondida, puede que providencialmente.
Esto no es seguro. Los otros elefantes vuelven y rastrean más tarde. Remueven
la tierra con la trompa y las pezuñas. Tienen una gran trompa y unas grandes
pezuñas. También tienen grandes orejas. No se si con las orejas o con la trompa
pero los encuentran, Entonces los gusanos respiran, y lo hacen por la piel. Se
llama respiración cutánea. Los gusanos son,
o eran larvas. Hay larvas que serán gusanos. Hay otras larvas que serán
mariposas. La larva siempre, parece ser, es el principio. Aunque las larvas de
mosca empiezan por el final. El elefante africano cree que nadie lo ve cuando
se desvía, presupone miradas perdidas. Otras características de los elefantes
son la piel rugosa y reticulada, los colmillos de marfil y una percepción
auditiva asombrosa. Hay muchos tipos de elefantes. Ninguno de ellos con buena
visión. Tienen miedo a los ratones. Los elefantes son paquidermos enormes que
temen a los ratones. Los ratones son rápidos, pillos y escurridizos. Los
elefantes son lentos y pesados. Yo creo que ven mal a los ratones y por eso se
asustan. Los ratones, además, siempre se esconden. Son las larvas de mosca las
que se comen a los cadáveres. Existen también larvas de camarón y de renacuajo.
Las larvas tienen su nicho ecológico en…una edad…prematura. No son
adolescentes. Son jóvenes prometedoras, para bien o para mal. Se habla de
cementerio de elefantes. Solo ellas pueden reconocerlos. Hay elefantes más
solitarios que otros. Un elefante es tan grande que puede confundirse con
varios elefantes. En mi opinión, un elefante siempre será un elefante. Mi
abuelo no estaba gordo aunque era grande. Impresionaba verlo allí, acurrucado y
con el pijama. Él creía que nadie lo había visto, pero yo no soy otro elefante.
Buscó un escondite para la muerte y lo encontró, lástimas que se reflejaran sus
escuálidas canillas blancas en el espejo frente a la escalera. Vi como subía,
semidesnudo y tembloroso. Arrapando con la respiración las paredes laterales.
Pude oír todo; una tos ahogada con torpe disimulo, sus pasos lentos y pesados.
Mi abuelo quería discreción, como los elefantes. Intuyó el instante definitivo
y se apoltronó en una esquina. Esperaba. Lo hallé nervioso y sorprendido y
contento. Contento de que le sorprendiera. Me senté rápidamente a su lado. La
luz de la luna dejaba entrever su silueta contraída, tensionada, en el último
intento inconsciente de su cuerpo de aferrarse a la vida. Le cogí la mano y
noté sus dedos fríos, la piel rugosa y reticulada, como el papel de aluminio
gastado. No hablé. No pensaba hacerlo. Simplemente me decidí a esperar, junto a
él, la señal de sus ojos enfermos. Yo calculé cuarenta minutos, pero pudieron
ser más. Fueron tres espasmos, tres enérgicos coletazos que desembocaron en mi
mano apretujada. Clavó sus ojos en los mios. Yo le correspondí con una mirada
triste de despedida, ya luego le dije adiós a mi manera, lloré un poco para
adentro y lo coloqué en mi cama estirado antes de que la rigidez de la muerte
hiciera imposible cualquier torsión. Viéndolo allí, tumbado, impasible y casi
feliz, me alegré infinitamente de que al fin hubiera terminado de morirse. La
historia de su entierro es harina de otro costal.
*
Todo era o había sido mucho más complejo de lo que ningún
miembro de la familia se hubiera podido imaginar. Ni siquiera después de la
confesión que Leonilda le hizo a su nieto, en razón de ciertas cartas que el
abuelo había escrito cuando la guerra, a éste le dio por pensar en dobleces y
complicaciones retorcidas fruto de historias enterradas en un pasado, más bien,
prehistórico. También se daba por hecho que Leonilda, Leo para conciudadanos, familiares y lectores, con
ciento tres años a las costillas se podía permitir algunas licencias a la hora
de trabajar la memoria, confundiendo, y más, remezclando, como una batidora que
todo lo conmuta, fechas con nombre, lugares con personas.
Había, si, historias dentro de la Historia; tramas y
subtramas que se ramificaban desde el centro mismo del argumento principal de
la vida de Leo. Y todo este ramaje que se diversifica como los afluentes de un río
demasiado caudaloso, quedaba o había quedado sellado, y por esta misma razón,
oculto, desde el momento en que la propia Leo y su marido, Juan Fernández, así
lo había convenido y predispuesto en pacto de tácita connivencia. En palabras
de Leo “por motivos de sólida coyuntura que protegían a la familia de penas,
adioses y demás demonios de la tristeza”. Juan más práctico simplemente
aclaraba que “mirar hacia atrás poco bien nos iba hacer, pues al ayer no hay
quien mano le meta”. Despejando así y de
un plumazo, cualquier duda o interdicto.
Aunque todo este agujero negro en la memoria de los
conyugues, en el que ambos casaban por omisión, fue gestionado de manera
diferente, por cada uno de los lados. De una parte, la varonil, el pragmatismo
y un férreo silencio autoimpuesto, habían ido sedimentando poco a poco las
capas de esta memoria polarizada, en constante ebullición, las burbujas y
arremetidas que llegaban desde las cavernas oscuras de lo latente en un
interregno recóndito de la psique humana. Oleadas de un material impreciso que
se va difuminando con el paso de los años y que convierte al pasado en un
espectro de múltiples lecturas de lo posible, y por obturación y geometría
gaseada del espacio, de lo improbable perecedero.
Tanto es así, que al final Juan procedió por vía rápida y
eligió fijarse una historia para si mismo y su esposa, ahuyentando de este
modo las más que probables
interpretaciones y buceos irreverentes
de los pseudo revisionistas que florecen en los pueblos cuando un recién
llegado aterriza si más. Se consignó por
tanto una biografía oficial [más bien oficiosa] y todo lo demás quedó suspendido
en un silencio impertérrito con una función claramente negativa; al silenciar
los hechos, se negaban, esto es, se desconocían y se trasladaban a la región
procelosa que tienta al olvido. Dejaba, por decirlo más agrestemente, el pasado
en barbecho y se proponía, con tal
negligencia voluntaria, el cultivo de una nueva vida. De razón es, que lo
consiguió.
De la otra parte, la femenil, todo se desarrolló de manera
diferente. Leo mucho menos práctica, desatendió los consejos de su marido,
quizás simplemente por una cuestión de incompatibilidad de caracteres.
Nostálgica y reflexiva desde el día dos de su nacimiento, en el que se empeñó
en añorar el primero. Obstinada y terca con el recuerdo, gustaba de manosearlo,
alternar el plano y la perspectiva del encuadre, enrocarse tantas veces como le
permitiera su imaginación, lo que es decir siempre. Volaba y volaba de niña aun
a cuentas de las mayores estrecheces, como suele ocurrir en niños, y adultos, cuando lo que ven los ojos revierte el sueño sin parapetos de la
imaginación.
La realidad, ha de constar esto, siempre le importó tres
pepinos, al menos hasta su primer matrimonio, y diría más, hasta el nacimiento
de su primera hija y su posterior desaparición. Después le fue cambiando la
mirada de las cosas, aprendió a sonreír para afuera y a llorar para adentro,
dos gestos o acciones que contravienen e imposibilitan, el impulso,
extensivamente humano, de sollozar siempre y únicamente para afuera. Así se fue
educando en la mentira, arma que los sociópatas y los dictadores presentan como mejor ardid para la supervivencia.
Enmascarada y complacida hasta el tuétano, se fue inventando un futuro para los
demás, en donde tenía cabida Juan Fernández, a quién también aprendió a querer.
Al principio, después de acordar con su marido las
cláusulas del nuevo contrato por el que ambos convenían en enterrar los
pasados, y después incluso, del giro que dio sus vidas, con el traslado a la
pequeña población de M. y la adaptación, siempre difícil, a un nuevo entorno un tanto renuente con la
llegada imprevista de extraños, Leo
accedió a dejarse llevar ( y esto significaba un centrar bien las atenciones) apremiada por
las circunstancias que la obligaban a representar convenientemente su papel de forastera.
Este dejarse ir, que no es sino ser en la medida que el
otro espera que seas, como es
lógico, implicaba numerosos detalles a
tener en cuenta que no podían obviarse ; sonrisas rápidas y anchas , gestos de
sospechosa amabilidad, conversaciones esporádicas, subcatalogadas como de circunstancias,
en donde era recomendable un dominio excelso de la ficción del yo, ya que el
interrogatorio que antecedía a la progresiva y lenta integración en el espacio de la comunidad podía
llegar a convertirse en un sumarísimo juicio de investigación al prójimo, al
invasor, al nuevo, al que llega, fuere este quien fuere. Así se les hizo
necesario, tanto a Leo como a Juan, cotejar datos y fechas, equilibrar la
información para mejor presentarla.
Y todavía más, tuvieron que ampliar sus conocimientos en
materia de cultura rural española, pues al llegar de la
Gran Ciudad desconocían negocios tan
importantes como el periodo de siembras
y recolectas, clases de vientos, lluvias
y granizadas, pastorales, plegarias y santos regionales, quién el médico, quién
el cura, quién el maestro, quién es el chivato, quién el que calla y otorga y
sabe, quién el subalterno frustrado, el envidioso, el artista, el charlatán, el
cacique y demás categorías de tipos que poblaban esa distopia, ese cronotopo
funesto llamado España a mediados de los años cuarenta.
Transcurrido el periodo de la adaptación, a su nueva vida,
a su nuevo esposo, al nuevo lugar, en donde apenas le dio en echar la vista
atrás, Leonilda fue volviendo poco a poco a su estado natural, sui generis, el
de romántica rêveuse que volatiliza
la realidad para fermentar una nueva en
algún estadio paralelo ilocalizable de su mente. Era allí, en aquel rinconcito,
en ese microcosmos cerebral de paradero desconocido, donde iba guardando Leo,
la información codificada de su pasado, como empleándose en cuidar un archivo
personal de datos, tal coleccionista escrupuloso que emplea la pasión secreta
de su vida en el pulcro ejercicio de su colección.
Leonilda tenía y no tenía todo los datos catalogados. Esto
significa que no tenia ningún inconveniente en reconocer todos los avatares de su vida pasada como
propios, es decir, no se negaba a si misma como a veces solía hacer su marido
Juan Fernández. Sin embargo, acostumbrada como estaba a reinventarse constantemente, había ido
alejándose poco a poco, de lo que comúnmente damos en llamar, la esencia de uno
mismo; delectación metafísica, que Leo
reconocía como “lujo que todavía no se había
podido permitir”.
Si era soñadora de raíz, de gen, de
placenta, lo era tan silenciosamente que nadie hubiera podido jamás advertirlo.
Al haber mecanizado tanto su sonrisa y
su lenguaje corporal, Leo trasladaba una imagen de mujer risueña y
despreocupada, fácil e intrascendente. Y era, claro, todas estas cosas, más otras tantas guardadas
en íntimo y hondo secreto.
De ahí que en sus últimos años, en
los que vivía con su nieto C., pasado un tiempo ya de la muerte de su marido, el
incorregible Juan Fernández, Leo siguiera camuflándose en su sonrisa imborrable,
en la amenaza de un sueño largo y pesado, y en el ejercicio fatuo de unas sopas de
letras cuyo único transfondo, por cierto, era el de encubrir la escritura
compulsiva de ciertas cartas.
Y si en esa mañana de agosto, un año
antes de su muerte, vistiendo un camisón rosa con bordados en el pecho, apoyada
en el marco de la puerta, le había comunicado a su nieto C. de forma
sorprendente que guardaba unas cartas del abuelo de cuando la guerra, era
porque Leo, a sus 103 años, había logrado hacer cumbre, la del paroxismo de su
locura, habiendo traspapelado,
definitiva e irreversiblemente, todo el archivo de su cerebro.
Después de representar todos los papeles, después de haber
sido tantas, y tan a la vez, Leonilda debió pensar que habia llegado ya la hora de hacer un alto en el camino. Loca e
insensata, tarde y malviviendo, la parada se hacia un encuentro insoslayable,
una reunión privada consigo misma que hacía mucho tiempo que postergaba. El
lujo tan esperado, ese que nunca antes se había podido permitir, se lo brindó
Leo a los 102 años, cuando en deliro
constitutivo a los ojos de los demás, empezó a comunicarles los
parámetros enredados de su vida.
Leonilda Arce
Dávalos no era Leonilda Arce Dávalos, que estaban todos equivocados, sus dos
hijos, sus cinco nietos, todos. Que tampoco era Candela Dranganda Frade como lo
había sido en una época, ni Conchín Estrada, sino Macarena Archimbaud Froiz.
Maca, como la llamaban de pequeña. Que ella, Leo, no era catalana, por eso no
hablaba el catalán. El catalán era Juan, que no se llamaba Juan, ni Antoni,
sino Biel de Gabriel. Que ella había
nacido en Hondarribia, y por eso era vasca y allí pasó su infancia junto a su
padre, pues su madre murió en el parto, su parto. Que su padre también murió
pronto, cuando ella tenía 12 años, con mucho hastío en el cuerpo y bastante
veneno, también en el cuerpo. Que en su opinión Baroja, don Pío, a quien su
padre frecuentaba a menudo, fue el que le metió el gusano de la tristeza, y que
por eso se suicidó, tratando de emular a Andrés Hurtado. Que entonces, con su
padre y su madre en el Huerto del Señor, sus tíos se la llevaron a Barcelona a
trabajar en una imprenta de secretaria, y que fue allí donde aprendió a
mecanografiar y que por eso sabe utilizar los ordenadores, más finos y ligeros,
decía, que las máquinas de entonces. Que
fue en Barcelona donde conoció al Artur, su primer y último amor, y allí fue
donde lo perdió o lo vio por última vez irse a la guerra. Que en Barcelona tuvo
también a su primera hija, y de la estación de Barcelona, Sants, la vio alejarse
asomada a la ventanilla del tren llorando como una magdalena rumbo a la colonia
infantil de Dijon, Francia. Que a Linda,
su hija, ya no la volvió a ver más y que
eso no se hace a una madre. Que lo primero que pensó y ha pensado siempre, es
que como ella había asesinado a la suya en el parto, Dios le robó a la Linda, conmutando vida por
vida, madre por hija. Que lo justo hubiera sido que ella hubiese muerto en el
alumbramiento con su madre, que así todo habría acabado y su padre su hubiera suicidado igual. Que
nadie merecía perder a su amor y su hija tan al principio. Ella tampoco. Que
luego conoció al Biel, y se portó como un ángel. Que era muy bueno y le
prestaba mucha atención, y que no era cobarde, como algunos decían. Que era
bien listo, y por eso no había querido ir a la guerra, no como el Artur,
bravucón y muerto, otro poeta, decía, como su padre. Que el Biel no era tan
lírico y eso le gustaba. Que la vida se
gobierna en prosa porque los sueños te llevan a un pelotón de fusilamiento. Que
los sueños son mudos y sirven para entretenerse cuando no se tiene nada que
hacer. Que si, que la vida no está hecha para soñadores, que quien el fuego
busca, si no se abrasa, se chamusca, y eso le pasaba al Artur que se andaba
chamuscando a toda hora, hasta que lo hicieron ceniza para tapar los
cagallones. Y el Biel hablaba poco y sabía mucho. Que por eso, porque el Biel
era silencioso y espabilado, habían podido ir escapando de una tras otra. Y qué
si hacían cosas malas, si las hicieron, era porque no quería perder a otra
hija, que con una ya era suficiente. Que
por eso tuvo que ser Candela y Conchin, y Leonilda, al final, pero que ella era
Macarena, Maca como de pequeña. Y que le escribió muchas cartas a la Linda. Que todavía le escribe.
Que no las envía, pero que seguro que la Linda las ha leído. Que la Linda ya no será tan
pequeña. Y que seguro que es muy guapa. Que fíjate, que tiene tres hermanos y
no lo sabe. Que ha visto sus dibujos por Internet. Que están en los Estados
Unidos de la misma América. Qué se ve que los cuáqueros los recogieron, los
dibujos, y ayudaban también a los niños
de las colonias. Que, ya ves, los
americanos no son todos malos. Y que ella tampoco es tonta, aunque se lo haga.
Que lo mejor es parecer tonto o tonta. Que sabe que en Internet no se encuentra
todo, pero que casi. Y que si, que también sabe que no hay e final en la
palabra Internet. Y que el Biel sin decir ni mu se había muerto el pobre, todo
por no molestar, o por no hablar, porque, al fin y al cabo, nunca hablábamos
nada, como si no nos conociéramos el Biel y yo…
La iban dejando vaciarse así de esta manera. A través de la
palabra, Leonilda se iba verificando si
misma como tratando de recuperar su identidad a partir de un molde narrativo,
el de su propia y verdadera historia. No era
importante ya que la creyesen, no obstante, nadie la creía, sino que
ella pudiera reconocerse ahí, en ese pretérito fabricado por su imaginación y su memoria a partes
iguales.
Leonilda no mentía. Esta vez no. Simplemente presentaba la
verdad de la manera en la que se presentan los hechos cuando los desgasta el
paso tiempo; unas veces con jirones,
otras con elipsis involuntarias o con saltos e incongruencias en el argumento. Las contradicciones de tipo formal que la ficción
debe ir resolviendo cuando se cuela como
una dama emperifollada en el laberinto de un relato. El médico,
sin embargo, parecía tenerlo claro; se trataba según él, de un trastorno disociativo de la identidad dentro de un cuadro de
trastorno neurótico en donde la personalidad
de Leo se había llegado a tri-polarizar.
Se conocían casos. Había antecedentes. Es
frecuente que la gente de la “tercera edad” altere, mezcle y confunda los datos
de las dos primeras edades… Hay casos mucho más alarmantes… La vejez es
implacable…Son muchos años… La memoria no resiste el paso del tiempo…Y la soledad, ya saben ustedes, te cuadra
frente al demonio si es necesario…Luego,
según el doctor, había aditamentos, remates sin importancia que se presentaban
por añadidura, algunos complejos y sentimientos
de culpabilidad mal curados; trato descuidado con hijos y nietos, frustración por no haber sido
capaz de concebir progenie femenina. Nada que pudiera escapar a un
dictamen clínico fácilmente recurrido y
de ámbito general, el de los longevos ancianos, que privados ya, de sus
facultades mentales, en condiciones plenas, de libertad y desatino, empiezan
por discurrir, con melancólico gusto e
inexcusable fantasía, a lo libre y ancho
por el amplio mapa de la imaginación y
la memoria, distorsionando, con probada indeliberación, la realidad, siempre
una y bien presente ante nuestros ojos. Tomen, daba por concluir el doctor, el caso de nuestro ilustre Alonso Quijano,
y verán como no son infundadas mis teorías, pues estamos, me atrevería a decir,
ante una dolencia constitutivamente nacional, y si desbarramos más pronto o más
tarde, antes o después, es una cuestión de carácter tan puramente azaroso como
incontrolable.
Leonilda escuchaba
como atentamente para luego proseguir en los suyo y apuntar: que no hablamos
mucho el Biel y yo, pero es que él no conoció
a la Linda. Si
no hubieran fusilado al Artur todo habría cambiado. Las guerras solo sirven
para matar a los que son jóvenes y hacer
rabiar a los que somos viejos. El Biel se murió solo y en silencio. Y yo
durmiendo como el aljez. La madre del Artur también sufrió la pobre, y la mía,
a la que yo asesiné. Mi padre fue un cobarde, como el padre del Artur, el Artur
y el padre del Biel. Todos los hombres son unos cobardes, prefieren que se les
recuerde a tener que lidiar con el toro. Y nosotras a llorar. Ni una lágrima me
queda a mí de secas que las tengo. Malditos gallinas. Qué habrá sido de la Linda con esos ojos grandes
como planetas, y del Artur, qué habrá sido del Artur, fusilado y extraviado en
la tierra…
Y hubiera continuado Leo mucho tiempo así,
procurándonos un flash back que llegaba
con la fuerza de una avalancha de nieve, arrastrando todo cuanto queda a su
paso, material orgánico e inorgánico. Una retrospectiva a la que le iba
venciendo el peso de su propia gravedad, proporcionando en cada embestida una
mayor profusión de datos que llegaban descatalogados, en dispersa organización,
que se conectaban, si, pero no sin recurrir a un laborioso encaje de bolillos,
donde la meticulosidad se hacia un imperativo
para poder hilvanar algo que se pareciera a una historia, y mucho más que eso,
para poder fabricar algo parecido a la verdad.
Y lo único que se atrevió a
pedir Leonilda cuando el fundido negro amenazaba con presentarse. La
única petición que hizo la centenaria delicadamente disimulada con su camisón
rosa de flores en el pecho, ya postrada
y decrépita en al cama, fue que en la
tumba, en el mármol negro que guardaría su muerte, apareciera su nombre de pila,
Macarena Archimbaud Froiz, y a poder ser estos versos del Artur, que casi no
entendía pero que él solía repetir muy a menudo:
Quiero rellenar mis guantes de boxeo
con rizos de mujer.
Y es que Leonilda, quiero decir, Macarena, habría preferido para ornamentar su lápida en esta última voluntad
estética que resuelve el epitafio, la
petición intrascendente y alegre de un poeta boxeador, a estos otros versos de
mayor hondura, que también el Artur frecuentaba cuando se embebía en la
contemplación:
Esta noche… ¿Qué
error cometo,
que con tanta tristeza,
todo
me parece hermoso?
Huyendo de la gravedad, pensaba Macarena, Maca como de pequeña,
que podría subir antes al cielo. Triste y hermoso el desengaño.[1]
II
-Memoria {a}histórica-
1
Sería
uno o dos días antes de su muerte cuando
mi abuelo me anunció que quería legarme tres de las cosas que para él
más importancia habían tenido en su vida. Me dejó su navaja de rayas blancas y
negras, unos peuques de lana y un reloj de bolsillo plateado con sus iniciales
grabadas. Luego me pidió que apuntara bien la hora exacta en que moría. Mi
abuelo estaba absolutamente convencido de que con él nos íbamos todos. Para él
la muerte era el olvido. Cuando alguien moría, lo único que estaba haciendo era
olvidarlo todo de repente. Sin más. La mayor felicidad. Un alivio, decía, igual
que puede serlo ir al wáter después de
un apretón.
2
Mi
abuelo tuvo que arrastrar durante sus diez últimos años de vida una bombona de oxígeno
parecida a un extintor, pero de color cobre. De las múltiples enfermedades que
lo acorralaron, para él la insuficiencia respiratoria era la peor de todas. El cáncer,
las hernias, el Parkinson, decía con ironía, son caprichos que se toma el
cuerpo, lo que en argot político llaman daños colaterales. Pero hijo, me decía
siempre mi abuelo en tono paternal, que nunca te falte el aire. En
el fondo pienso que es como no haber
salido nunca de las trincheras y de los túneles que cavábamos para hacernos
invisibles a los nacionales. A veces me pregunto, si no sigo todavía allí.
3
Le
dijimos muchas, muchísimas veces que Franco ya había muerto y él nos decía que
no, que estábamos equivocados. Moriremos juntos, afirmaba, como dos enemigos
que se disparan a la vez después de un encuentro sorpresa. Hasta que llegó ese
momento, parecía como si mi abuelo
hubiese decidido pasar los últimos años de su vida con la vista
puesta en el gatillo. Realmente, no quería fallar.
4
La
memoria es un consuelo y una autentica tortura. No hay peor dolor que el que se
recuerda, por ello el sufrimiento debe ser algo así como un suvenir chapado en
la puerta de una nevera. De ahí que al abrir esta y sacar un bote transparente
de garbanzos con agua, a mi abuelo se le daba por ahogarse un poco más, si
cabe. No pasa nada. Nos hacia un gesto rodado con la mano para que aumentáramos
la presión del aire de la bombona y todo
quedaba controlado.
5
Él,verdaderamente,
no imaginaba que al recoger los
garbanzos del suelo, estos vendrían mezclados con tierra. Tampoco que en
entre el terruño blando podría
aparecer algunos gusanos. Bueno,
dije que no lo imaginaba. Corrijo. Si lo
imaginó. Ocurre que tenía mucha hambre, y para aquel entonces ya lo habían
herido un par de veces. Por si fuera poco, el teniente Cedilla, al tirárselos a
los pies, no le comunicó que estaban por cocinar, y que tuviera cuidado, por
ello, con alguno de sus molares. Definitivamente, pienso que debe ser algo
parecido a masticar pasas y quicos a la vez. Aunque yo ignoro cuál es el sabor
de los gusanos. Pero creo que mi abuelo
lo recuerda.
6
Recuerdo
una conversación que tuve con mi abuela una vez muerto mi abuelo. Ella me
explicaba acerca de sus más íntimos confidentes nocturnos. Después de recitar
de memoria y de principio a fin, ríos,
mares y accidentes geográficos de la península, repasaba sus intervenciones en
una comedia dramática en verso que se
llamaba “Un alto en el camino”, obra que había representado cuando integraba
las juventudes falangistas por los inicios de los 40. Después del ejercicio
nemotécnico empezaba, sin tregua, el
repertorio de sus plegarias. Normalmente, me decía, a Santa María le dedico el
primer rezo, ella es la Madre
de todos. Luego viene la Santa Cruz,
por ser la patrona del pueblo, Santa Cecilia, por la banda de música y
finalmente San Antonio, que siempre me ayuda a encontrar lo que pierdo en
descuidos de viejita. Ya si tengo tiempo me encaro con tu abuelo, aunque a
veces, se sinceró mi abuela, reconozco que el sueño me vence y quedo derretida,
con el santo en la boca, mucho antes de llegar a él…
7
Mi
abuelo, en esas tardes de arte y entretenimiento en las que mi abuela hacía de
Ines , la señorita del pueblo en la obra del Pastor Poeta, andaba por Larache entretenido de distinto
modo en un campo de trabajos forzados, cavando zanjas para plantar palmeras.
Había sido declarado, después de tres años de guerra, desafecto al régimen. No
se si llegaron a saber de sus respectivos pasatiempos.
8
Un
tiempo después le entregué a mi abuela la obra de teatro Un alto en el camino,
la pude encontrar en la web en formato
pdf. Al tenerla sobre sus rodillas con todos sus diálogos materialmente
impresos, presentes, ella se sintió un tanto extrañada. Un extrañamiento parecido
al que nos sobreviene cuando tropezamos con un objeto que dábamos ya por perdido. De hecho, mi
abuela, no es que diera por perdida la comedia dramática del Pastor Poeta,
simplemente la consideraba patrimonio exclusivo de su memoria, algo que como un
recuerdo de infancia, la había acompañado durante toda su vida. Jamás supo de
un libro que hubiera sido escrito por un escritor en un determinado momento.
Para ella, Inés habría existido desde siempre, como Teresa la criada, Mimi el
cupletista o Juan francisco el labrador acomodado. Igual que existirían desde
siempre santa Cecilia, la santa Cruz o San Antonio de Padua. Verdaderamente, el semblante de mi abuela, al
pasar las hojas DINA4 y comprobar la realidad de los diálogos, parecía el de
alguien congraciada por el Divino.
9
Pasaron
dos semanas hasta que quiso saber a las claras de dónde la había sacado. Yo
traté explicarle, no sin ciertas dosis de didactismo, la maquinaria de
Internet. Le hablé de una Enciclopedia
(memoria) Universal, un fondo de archivos infinito en donde todo era consultable.
Ella se puso muy nerviosa. Mi sensibilidad me estaba fallando una vez más. No
supe de su crisis de fe hasta pasados dos meses, cuando mi tío al encontrarse
con que había imágenes rotas de San
Antonio de Padua por toda la casa, me preguntó si había ocurrido algo
extraordinario. Mi abuela tuvo que ser ingresada en el hospital sin llegar
a establecerse un diagnostico contundente.
Para los médicos era el tiempo, siempre inexorable. Para mi la
desilusión, con mayor dificultad de tratamiento.
10
Cada
vez que se habla en mi familia del destino de mi abuela me vienen a la mente la
serie de proyectos diseñados por Isidoro Valcárcel denominada Arquitectura
prematura, y que yo conocí gracias a la novela Nocilla de Agustin Fernández
Mallo. En esta serie aparece una construcción destinada exclusivamente para
suicidas, Torre para suicidas, en donde en palabras del creador “se cuenta con
todas las dependencias necesarias para quien quiera acabar con su vida, sin las
molestas reutilizaciones de monumentos, rascacielos, vías de ferrocarril,
lagos, puentes y demás estructuras que ven alterada sensiblemente su
consideración urbana por tales transformaciones de uso” “Así, continua
Valcarcel, en estas torres se dispone de todo tipo de instalaciones necesarias
para el suicidio, lo cual, junto con la segura proximidad de una calle, otorga
al suicida un abanico suficiente de texturas y superficies sobre las que
definir su destino” Y no es por mi
abuela que se me viene a la mente las ideas de Valcarcel. Pienso más en mi
abuelo que quería morir a toda costa y no le dejamos. Hubiera necesitado ayuda
el pobre.
11
Es
por eso que pensando en la ayuda que hubiera necesitado mi abuelo para morir,
se me vino a la cabeza la imagen de Tatsuhci con la vieja Orin a la espalda
subiendo por la montaña en la estremecedora película de Sohei Inamura, la Balada de Narayama. Como es
bien sabido, la acción transcurre en una pequeña aldea situada en un valle del
Sur de Japón, donde es una costumbre arraigada que los ancianos, una vez
cumplidos los 70, sean trasladados a la cumbre de la montaña Narayama por sus
propios hijos con tal de que allí puedan pasar sus últimos días en soledad,
convirtiéndose, por ello, en testigos lucidos de su propia muerte. La idea de
cargar con mi abuelo a las espaldas, con plena consciencia del destino
fatal de su viaje, me horrorizó hasta tal punto que me
alegró no haberle ayudado a morir cuando con tanta insistencia me lo pedía.
Pienso, ahora, que cada uno debe ser
responsable de su propia muerte. Al menos hasta que podamos ejercer la
responsabilidad. Es una lástima que la vejez sea tan degradante, la verdad…
12
En
todo caso, los geriátricos, pudieron ser concebidos en su día, como un proyecto
más de la serie que Valcarcel denominó Arquitectura prematura, una obra adelantada a su tiempo que la
sociedad no estaba preparada para asumir, y que quizás sigue sin estarlo. Para
algunas familias, las residencias de ancianos, son como el cementerio de
Narayama, un lugar a donde acompañamos al anciano a morir. Igualmente, una
muerte conceptualmente fria y aséptica, como una montaña nevada, como un adiós
sin despedida, como un beso en el cristal frio de un coche.
13
Mi
primera publicación llegó con el epitafio de mi abuelo. Una inscripción negra
sobre el fondo trasparente de una placa de metacrilato, acompañada por dos amapolas
secas y un papelito que precisaba la hora exacta en la que éste había fenecido.
14
No se cómo, pero la
tinta sudaba por dentro y acabó corriéndose como se corre el rímel por la
mejilla de una mujer cuando llora. No
tuvimos en cuenta el efecto aislante de la silicona Dow Corning 794s. No había
transpiración. Es normal que mi abuelo
nos diera una aviso, lo hacía siempre que se quedaba sin aire. Restablecimos la
composición e hicimos unos agujeritos en la placa de metacrilato para que no se
volviera a repetir el incidente
15
Una
vez mi abuela restablecida y de vuelta en casa, no hubo día en que no
preguntara si tal o cual cosa la podíamos buscar en eso que llamáis
vosotros “internete”. Dejaba las agujas
de hacer ganchillo debajo del cojín de su hamaca y rápidamente venia en busca
del desafío. ¿No podrás mirar, me preguntaba, si por alguna de aquellas sabe el
ordenador donde olvide los ganchos con la lana?
Me penó durante mucho tiempo haber sido el precursor legítimo de su apostasía.
Verdaderamente, era un auténtico castigo.
16
Yo
no hice sino transcribir las palabras de mi abuelo. Me comporté como un
escriba. Había escuchado en numerosas ocasiones, sobre todo cuando los parches
de morfina dejaban de hacer efecto, cómo en sus imprecaciones y desbordes apuntaba directamente hacia lo más alto. Su
ambición me conmovía. Qué reviente mi alma, repetía con frecuencia. No se en
qué pensaba mi abuelo cuando pronunciaba este bisílabo. Lo que quedó claro es
que intuyó que debía de haber algo que superaba las viles estrecheces del
cuerpo, pues habiendo podido exigir la eclosión de éste, ya putrefacto e
inservible , completamente secuestrado
por la enfermedad, siguió encarándose, en contrapicado desafiante, con esta
identidad inmaterial invisible. ID-IN-IN. Lo extraño del caso, es que mi abuelo
era poco dado a entretenerse con espiritualidades. Se declaraba a menudo,
confeso materialista, y con razón, afirmaba. Finalmente pienso que su epitafio
describe bien el conflicto de su personalidad. Era un hombre con la ironía,
siempre, a punto para servir. Me recordaba en algunas de sus alocuciones a
Miguel Gila Cuesta, uno de los mejores escritores que ha dado la literatura
española en su último siglo.
17
Dice
Miguel Gila en Historia de mi vida: La cosa fue así. Yo tenía que nacer en
invierno, pero como éramos pobres y no teníamos calefacción me espere para
nacer en mayo. Es curioso que mi abuelo, abandonado por sus padres a los dos
años, también vacilara sobre la fecha de su nacimiento. Estoy casi seguro, me
repetía una y otra vez, que nací entre el 3 y el 13 de Marzo, ¿el año? el 18 o del 19, eso ya no lo sé. Lo bueno,
continuaba, es que celebro mi aniversario durante 10 días seguidos. Lo malo, es que cuento los
años por centenas. Entiende pues, este aburrimiento mío de hombre pasado de
edad.
18
Tardé
tiempo en enterarme de ciertas equivalencias entre la vida de mi abuelo y la de
Miguel Cuesta Gila. Por ejemplo una de ellas, que ambos pudieron haber venido
al mundo durante el mismo año, y digo pudieron, porque el caso de mi abuelo
todavía está envuelto en la confusión. De ser así, de haber nacido los dos en
el 19, estaríamos hablando de coincidencias absolutamente sorprendentes, pues
si dije que mi abuelo nació entre el 3 y el 13 de Marzo, hay un día, el 12 , en
que probablemente los dos pudieron estar asomando la cabeza al unísono. Lástima
que me falten datos más precisos, como
la hora y el peso. Lo que es seguro es la fecha de nacimiento de Miguel Gila, 12
de Marzo de 1919.
19
Otros
paralelismos, todavía más inquietantes, son el hecho de que se alistarán ambos
como voluntarios en el Quinto regimiento de Lister en Julio del 36,
compartiendo por ello, temores de guerra
y algún que otro cigarrillo para liar. También supieron los dos de
Miguel Hernández, el poeta. Mi abuelo me hablaba de él con profunda veneración
y agradecimiento: mientras otros frecuentaban Congresos y especulaban con la
palabra y la pluma, me decía mi abuelo, a Miguel no le importó conocer cual era el silbido de las balas y sin dudar se echó el fusil al hombro. Creo recordar que se
conocieron, según me comentó mi abuelo, durante el avance nocturno a Brunete,
con la luna colgando del cielo como un quinqué en una habitación y el silencio premonitorio
de la muerte, cuadratura perfecta para ponerse a escribir. Con todo, tengo
entendido que la incursión fue un éxito. Razón de más, para acudir a la épica.
20
Pienso,
a menudo, en los objetos que me legó mi abuelo; la navaja de rayas blancas y negras,
los peuques de lana y el reloj plateado de bolsillo con sus iniciales grabadas.
No soy muy dado a buscar significados ulteriores a las cosas. Aunque en este
caso, sin saber porqué, no dejo de reflexionar en la vida que pudieron tener
estos objetos, una vida íntimamente ligada a la de mi abuelo. Es cierto que a
veces la historia de las cosas se confunde con la de las personas. Si
verdaderamente somos lo que pensamos,
somos también entonces un poco navajas,
peuques y relojes. Pensar en algo es darle vida, personificar en fin, o personalizar. Yo se que estos tres objetos,
eran como extensiones de mi abuelo, prótesis añadidas a su cuerpo, otro objeto.
Y también se, que al morir éste, murió con él, el pensamiento que los pensaba.
Yo puedo evocarlos , adorarlos , tratar de recordarles una vida que ya no
existe, como ejercicio fatuo de memori(a)histórica. Pero no, no es lo
mismo. Es por eso, que al abrir la
navaja, compruebo que está sin afilar. Entiendo su tristeza. Como cualquier
otra persona, ella también se ha abandonado. Siempre pasa cuando nos inunda una
pena muy grande, que nos descuidamos un poco.
21
Según
mis cálculos y tomando cómo única referencia exacta la hora de su muerte: 15:02
pm, mi abuelo vivió aprox. entre 786. 944 horas o 786.704 horas y dos minutos. Con una franja
de tiempo variable de (+/-) 240 horas, dependiendo de si nació el 3 o el 13 o
en cualquiera de los días que median esa
decena. Es decir ha podido vivir 240 horas más o 240 menos, o 226, 168, etc…A
estos cálculos habría que restarles 8.760 horas si definitivamente el año en
qué nació mi abuelo es el 19. La constante para medir los años es la de 365,
sin contar irregularidades en alternancia. La de los meses, 30 días. Creo que era esto lo que quería mi
abuelo cuando me pidió que anotará la hora exacta en la que dejaba de respirar.
También pienso que aún con tanto “tiempo” de por medio, lo más importante para
él fueron esos dos últimos minutos, y más, los últimos segundos. El mismo
instante congelado en el que apretamos el gatillo de una pistola para acabar
con la vida de alguien indeseable. Unos 0,0005 segundos, tiempo que tarda la bala en salir de un revolver calibre 38 m.m, con un cañón de 4 pulgadas.
22
Reflexionando
un poco más sobre la cuestión, pensé que lo más sensato sería hacer recortes.
De hecho pienso que toda vida debería contar en neto y que de nada sirven todas
esas temporadas que pueden alcanzar meses, incluso años, en las que vivimos o,
acaso, no vivimos, presos de pensamientos atormentados, recuerdos que nos
torturan día y noche, pesadillas que se cuelan como gusanos informáticos,
IWorm, y se reproducen en el sistema
operativo y van consumiendo toda nuestra energía, que bien mirado, es la que
necesitamos para comer unos garbanzos bañados en salsa de tomate y cebolla junto con el resto de la familia, sin tener
que levantar la mano para que alguien
gire la rueda que aumenta la dosis de oxigeno de una bombona que se parece a un
extintor de color cobre. Entonces, al formatear la historia de mi abuelo , me
queda con que verdaderamente vivió entre 156. 224 horas y 155.984 horas y dos
minutos, (+/-) 8.760 horas más o menos
del año misterioso. Suprimo los 72 años, esto, las 630.720 horas en las que su memoria estuvo infectada por un
malwre malintencionado. Exactamente, desde Julio del 36 año en el que empezó a
fumar para tranquilizar los nervios en el estómago…
23
El
alma no está como dice Descartes en la glándula pineal. Cuando ésta se te
congele, empieza por abrigarte bien los pies. Los peuques de mi abuelo son de
lana gorda, rayados, como la navaja. Esto me lo dijo un dia de invierno en el
que me encontró en un rincón de mi habitación, llorando sin llorar, un poco
triste para adentro, como un caracol
asustado y frágil. No se si la última decisión de entregarme sus peuques tiene
algo que ver con este episodio de consuelo espiritual. Aunque reconozco la trascendencia del hecho. Con los
pies calientes uno sueña más y mejor. Y
sueña bien…
24
De
repente me obsesiona ese instante en el que él deja de respirar. Ya no levanta
la mano para que gire la rueda de
oxigeno de la bombona color cobre. Simplemente deja de respirar. En mis
brazos, deja de respirar. Un instante. La muerte llega así, como un hipo. En
mis brazos. Con los ojos abiertos, deja de respirar. Así llega la muerte. En
un instante. De repente. Como un hipo. Me
obsesiona que la muerte venga tan de esta manera, y en mis brazos.
III
Francisco
Franco Paulino Hermenegildo
1
El
pequeño Francisco Paulino Hermenegildo está sentado en el suelo blanco del
portal de su casa. Mantiene las piernas
cruzadas, en postura yogui, y el torso erguido. Sostiene un pequeño
submarino en su mano derecha, lo más
parecido a un buque de guerra de la clase italiana Laurenti. Juega con los
torpedos y con una voz un tanto afeminada da órdenes a la tripulación para que
los empiecen a lanzar. Parece tener claro que en alguna parte hay un enemigo,
aunque desconoce el emplazamiento. Por si acaso, dispara en todas las
direcciones. Apunten…Fuego… No necesita el agua del mar, un charquito le sirve
de plataforma: De mayor, piensa, quiero ser marino y militar, como el capitán
Churruca. Al acodarse de que éste también era un buen científico concluyó que
él se dedicaría a la pintura en sus ratos libres. Eso es; un guerrero con
vocación artística.
2
De
ahí que “El Cerillito” -así le llaman
sus compañeros de clase- haya decidido abortar su campaña militar por un
instante. A los placeres del cuerpo – matar lo es- le debe seguir un delicado
cuidado del espíritu. Por ello, el esmirriado Francisco Paulino Hermenegildo
presta ahora su atención al dibujo que una educada fila de hormigas va trazando
en el suelo. ¡Qué bonita imagen, piensa Cerillito, tal servidumbre, una tras
otra, como buenos soldados dispuestos en la línea del frente! Aunque
íntimamente no se siente conmovido del todo; caprichos de artista incipiente…
_ _ - _ _ _ _ _ _ _ _
_ _- _ _ _ _ _ _ _ _ _ _- _ _ _
3
Sigue
mirando, concentrado en la perfectibilidad de la composición. Hay algo que
no…esas tres tránsfugas…desagradecidas. Esto hay que arreglarlo, se dice. Cambiando de posición, apoya su rodilla
izquierda en el suelo y con una de sus manos las apartas definitivamente del grupo.
Sí, definitivamente. Pensando en las hormigas como en la exclamación de un grito angustiado,
tenemos esto (recuerden, el suelo era
blanco):
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4
Ahora
si, pequeñito y sonriente, ya de pie, se limpia el dedo en la falda de la
camiseta, al tiempo su voz atiplada contesta al llamamiento de su madre: ya voy
mamá. El estofado de carne espera en la
mesa. Para crecer, hay que comer, le espeta
la progenitora. Silogismo de probada dudosidad que el tiempo se va a
encargar de burlar. La mamá lo recibe sin abrazo, sin mimo, sin carantoña.
Francisco Paulino escala entonces la silla y pincha con rabia la carne,
cualquiera diría que ha atravesado a un hombre.
5
A
veces se queda mirándola con cara de ángel querubín. Otras veces, simplemente
la espía mientras ella, confiada, ha dejado la puerta del baño entreabierta y
se está dando una ducha de agua caliente. Él mira al espejo buscando el rebote
de enfrente. Logra distinguir, detrás del vaho del cristal y la transparencia
parcial de las cortinas, la configuración de una silueta, el circuito
difuminado de un cuerpo. Después llegan los dos escalofríos, los dos de orden
ascendente. Empalmado y arrepentido, jura por toda su colección de cómics
Marvel, que no volverá a caer en la tentación. De paso, para que no queden
dudas, introduce la uña de su índice derecho entre la uña y la carne del gordo
izquierdo. Aprieta fuerte. Nota y quiere el dolor. Mientras, ella, que
sigue con los ojos cerrados y el cuello en repunte, ajena a miradas y espionajes de espejos
malignos, húmeda, por dentro y por fuera, manipula también con uno de sus dedos
un emplazamiento menos doloroso. Sólo cuando acaba de masturbarse decide llamar
al pequeño Francisco Paulino, que sigue ya, en su ordenador fijo de mesa, las órdenes del capitán Price en Call of
Duty 4.
6
Algunas
personas van construyendo su identidad a medida que operan en universos
paralelos. De hecho, todos, en cierta forma, nos hemos ido inventando a partir
de esas incursiones, unas veces esporádicas, otras no tanto, en mundos o en
sociedades virtuales. El mapa
referencial siempre es el mismo:
explosión de la imaginación,
esclerotizada por la realidad. Cambio de contexto: espacio, tiempo, acción.
Introducción progresiva en las nuevas condiciones. Identificación parcial con
algunos de los elementos que completan
ese contexto, normalmente las personas que lo habitan, o bien el desarrollo
indeterminado de un periodo mítico de la historia, o porqué no, un modelo de
valores ejemplarizante de una sociedad representativa. Si la fuerza atractiva,
motivo y razón del trasvase, proviene del realce de un arquetipo humano, la primera reacción es
la de imitar al sujeto enaltecido, no importan tanto las dimensiones morales, físicas o
espirituales de dicho sujeto, sino también el contexto en el que el mismo es
admirado. Hay que tener en cuenta, a su vez, las diferentes tipológicas de
héroes que pueden existir, y más co-existir en un tiempo y espacio equivalente.
No podemos olvidar tampoco el
medio que intercede, el canal que nos
acerca al prototipo y nos brinda la oportunidad de reconocerlo como tal, sea
este la literatura y el cine, con sus
variantes, el cómic y la televisión o finalmente, la historia mítica. Por último, hay que saber
y esto es importante, que el tipo nunca llegará a alcanzar al arquetipo. […]
Luego están los alumbrados, los visionarios o los místicos, y el antihéroe,
mucho más accesible, exégesis pagana y negativa de los valores que identifican
cualquier gesto inserto en el catálogo respetable de las empresas heroicas: W.
H. Bush, versión truncada del Capitán América. F. P. H Franco, plagio
anticipado y paródico de Superlopez, a su vez parodia de Superman. Parodia, por
tanto, de una parodia. Parodia de grado
2. Parodia elevada al cuadrado. Bi-llanos
Héroes
y antihéroes
7
Él
es consciente desde el principio de la seriedad de la misión para la cual ha
sido entrenado. No hay margen para el
error cuando eres un infiltrado en filas enemigas. Ningún movimiento, ningún
gesto en vano, nada que pueda arriesgar la vida del 22 regimiento de la SAS. Simplemente
llegar al estrecho de Bering, infiltrarse en el carguero y encontrar el
dispositivo nuclear. Atender bien a las
órdenes del Price y el sargento Gaz. Todavía eres un novato John Soap McTavish, todavía tienes
mucho que aprender. LOADING…
8
Misión
cumplida, Soap McTavish, es importante ahora atender a las nuevas
instrucciones. Los ultranacionalistas,
han capturado a Nilolai, nuestro informante infiltrado de las SAS que conocía las acciones de Zakhaev. Como ya
sabes éste volvió a instaurar el régimen democrático en la región hace unos
años. Una parte del ejército pro-comunista todavía le apoya, pero nosotros
contamos con la Verdad,
el aliado más poderoso. Disponen de armamento nuclear. Hay que andarse con
cuidado. Repito que son comunistas sargento McTavish, ¿sabe usted lo que eso
significa? Atacaremos la región por diversos flancos. Usted entrará por el sur,
con el pelotón del teniente Vásquez. Que Dios les proteja a los dos. Él bendice
esta causa. LOADING…
9
Todas
las noches se asemejan unas a otras como los chinos comunistas que a veces
despacha durante la tarde con el rifle Barret.50. La secuencia de los
acontecimientos siempre es la misma. Después de cenar se encierra en su
habitación para seguir jugando un rato más al Call of duty 4. Cuando se le
empieza a nublar la vista, y su fe pierde intensidad, coloca los mandos encima de una columna de
cómics que hay en una de las esquinas del escritorio, luego aparta a un lado el
teclado, saca un folio usado del cajón y sigue perfeccionando el retrato de una
chica de su clase, de la cual cree estar enamorado. Cualquier detalle es
importante en la confección del dibujo, el grosor del labio inferior, la
cantidad de filamentos en el cabello, la curvatura de la nariz. En lo sucesivo
escucha cómo su padre acaba de llegar a casa por la intensidad de un portazo,
el ruido de alguna que otra voz exaltada que llega desde el comedor, los pasos
de su padre por el pasillo hasta que dobla en la cocina y comienza a hurgar en
los armarios. Luego, como una meada, el
sonido del whisky, el hielo que crepita
y el alivio de un suspiro. Otra vez los pasos por el pasillo, el cloqueo
de los cubitos en plena disolución
liquida, una mano en la empuñadura de la puerta de su habitación y finalmente,
el plano general desde el que contempla, ya haciéndose el dormido, la figura
negra y estilizada de su padre sobre
fondo amarillo. Algunas veces se hace pis en la cama mientras resiste
esa mirada, pero no siempre. Cuando no
es así, cuando logra contener el terror en la vejiga, no tarda en agradecérselo
al capitán Price o al sargento Gaz, con quienes se siente bien protegido. Antes
de dormir, reza un padre nuestro y dos aves María.
10
Nunca
supo por qué su padre llegaba todos los días bebido a casa. Hay cosas, igual
para los niños que para los mayores, que sabemos tan íntimamente que mejor
preferimos ignorarlas. Francisco Paulino simplemente no quería preguntar, de
esta manera, y solo de esta, no obtendría respuestas. Fue para prevenirse de
ese silencio tácito que habían parecido
firmar todas las partes, que empezó a hacer incursiones en mundos
paralelos, en realidades virtuales de mayor consistencia emocional para el
pequeño. Así, primero los cómics, después los videojuegos, fueron suplantando
la figura ideal de su padre, que terminó convirtiéndose en un desconocido que a
veces proponía visitas sorprendentes al circo, al futbol, cuando no al cine a ver una película ñoña de
Walt Disney. El resto de información acerca de la figura paterna , quedaba
concentrada en la silueta negra y alcoholizada que cada noche abría la puerta
de su habitación y permanecía allí de
pie, junto a su póster de Batman,
respirando de manera exagerada,
como una bestia que apareciera con la furia atravesada en la garganta.
11
Si
uno pone en fila títulos como Matrix
(1999) de los hermanos Wachowski; Los
sustitutos (2009), de Jonathan Mostow, y Avatar (2009) de James Cameron, puede intuir que el gran tema
rector de las fantasías más influyentes de la cultura popular orbitan sobre la
luz y las sombras de la virtualidad y las vidas por delegación: en suma, cielos
e infiernos pre y post-Second Life que auguran un porvenir regido por la doble
vida de síntesis y la conquista de paraísos artificiales de arquitectura
inmaterial, pero, al mismo tiempo, hiperreal. Las texturas de ese futuro son
voluptuosas y sus colores, incendiarios, pero, a la postre, todo acaba llevando
a lo mismo: quizá la condena del ser humano sea la de no poder escapar jamás de
si mismo y, por eso, la única alternativa de aventura está en el espacio
interior. O en la ilusión convincente. El futuro, de momento, sigue siendo
tristemente sedentario y casi onanista
Jordi
Costa
-Utopías
de la cultura popular, antiutopías del presente-
Gaceta Universitaria #676 Marzo 2010
12
Si,
como una bestia que apareciera con la furia atravesada en la garganta, así se
quedaba su padre en la puerta de la habitación, con el brillo de la luz a su
espalda y un vaso de whisky en la mano.
Y el pequeño Francisco Paulino, deseando o, temiendo más bien, que se acercase
a su cama y que se sentase en una de las
esquinas, para ir inclinándose luego progresivamente hasta contemplar al ya no
tan pequeño con el sueño inventado para la ocasión, simulando la muerte como
hacen los soldados rodeados de enemigos
cuando les disparan y quedan con vida. Otras veces, lo que le pasaba es
que se imaginaba en plena acción de combate, y se veía deslizándose hacia un
lado de la cama
en
el instante en que su padre se acercaba a él. Luego lo sorprendía por la
espalda y con el cable del ratón, le prendía el cuello hasta asfixiarlo sin
hacer prácticamente ruido alguno. Así lo hubiera hecho el capitán Price. Ya después, como buen escenógrafo, lo
acomodaba en el colchón, haciéndolo pasar por un hombre borracho al que le ha
vencido su propia borrachera. Todas las secuencias y movimientos manejados en
el contexto de una verosimilitud aristotélica. Finalmente podía huir y rescatar
a la chica o a la dama, o a la doncella,
como se quiera. O a su madre también.
13
Han
capturado a Zakhaev, el líder pro-comunista que había instaurado un régimen
democrático en la región, pero las perdidas de efectivos son considerables y
acaban de sufrir un duro golpe emocional al conocer la noticia de que el
teniente Vásquez y el sargento Paul Jackson,
ambos comandantes de la primera división de Reconocimiento de Marines, han
causado baja debido a una intoxicación por detonación de arma nuclear. El joven
sargento John Soap McTavish, al mando del escuadrón del SAS fue quien pudo
capturar al presidente Zakhaev en el palacio ministerial y quién lo ha traído a
manos del capitán Price para que éste
pueda proceder a los interrogatorios y averiguaciones acerca de la
procedencia del armamento nuclear y de cuáles son los países implicados. El presidente Zakhaev permanece sentado en
una silla con los ojos velados por una cinta aislante gris y las muñecas y los
pies engrilletados. Mientras tanto, el
capitán Price va rodeándolo muy
lentamente con una USP. 45 en la mano, al tiempo que va queriendo saber cosas
que el presidente se niega a develar o simplemente devela pero con una
intensidad poco convincente. El capitán Price, entendiendo el automatismo de
las respuestas como una falta de respeto a la Verdad , y sintiéndose profundamente conmovido y apenado por las
muertes de sus dos compatriotas, decide meterle la pistola en la boca al
presidente pro-comunista Zakhaev para ver si de esta manera consiente en colaborar con la Causa. Pero nada, el
presidente niega con la expresión de unos ojos a punto de estallar, se zarandea
un poco como pidiendo auxilio a la razón
y busca la mirada del sargento Soap con quién mantuvo algunas conversaciones.
No le da tiempo a encontrarla, ya que el capitán Price ha apretado el gatillo, y
los dientes, y por qué no decirlo, los oculares del presidente Zakhaev han ido
a parar al espejo de la cámara que estaba grabando todo el interrogatorio,
dando la impresión esta vez, de llevarse
a cabo un zoom a la inversa. Llegado a este punto, el pequeño Paulino
Hermenegildo, conviene en hacer un
break. Deja el mando al un lado del teclado y se quita las gafas polaridadoras
3D que le habían regalado recientemente para agudizar la sensación de
profundidad en la pantalla. Queda convencido de haber palmeado al capitán Price en la espalda después
del disparo. Lamentablemente, dice ahora en voz alta, las cosas son como tienen
que ser y esto no lo podemos cambiar. Es Él quién decide por nosotros. LOADING…
14
Ella
cree que nadie la escucha, y prefiere que así sea, por eso cada vez que le
entran las ganas de llorar se mete en el cuarto de la lavadora. El pequeño
Francisco Paulino cuando oye que algo está centrifugando, sale corriendo de su
habitación y se aproxima al cuarto en el que su madre consume su tristeza.
Mientras apoya la oreja en la puerta, sueña con que algún día el centrifugado sea definitivo.
15
Para
él su madre siempre lo ha sido todo. No así para ella, que hubiera preferido
algún animal de raza, bien un perro, bien un gato, o paliar su instinto
maternal con el hijo de alguna amiga o con el de su hermano mismo, antes que
tener un niño con el hombre del cual
hacia años que no estaba enamorada. Es una constante en estas situaciones
pensar en el amor pasado como en un castigo, o pensar en el futuro, pensar en
otro, o pensar en nosotros mismos, en cómo sobreviviremos a una relación
cocinada, en el mejor de los casos, con dos ingredientes insípidos: el tiempo y
el cariño . Dos ingredientes que deben
complementar, en ningún caso ser completivos. Muy pocos, verdaderamente piensan en el
pequeño o la pequeña, a pesar de las
videoconsolas y los juguetes que llegan con la Navidad y las buenas
notas, o las clases de idiomas, las de ballet o las de piano con las que los
padres saturan a los hijos. No se trata de
comprar a un niño, sino de educarlo, prestarle el tiempo necesario, el
suficiente y un poco más, hasta que nos
podamos convertir nosotros en su
capitán Price, sin tener que llegar , por ello, a sentir la necesidad de meterle a alguien un tiro en la garganta.
Remarco de nuevo que para él su madre siempre lo ha sido todo. No así al
contrario.
16
Tenemos
la región controlada, a pesar de la resistencia. No hay que apresurarse.
Seguiremos avanzando hacia la capital y
tomaremos el país, cueste lo que cueste. Pronto habremos pacificado la
zona y todos nos estarán eternamente agradecidos. Un ejército se forja en la
guerra. ¡Basta ya de gobiernos democráticos! ¿Qué es la democracia hoy?
Tomaremos el país y les mostraremos el camino, solo de esta manera
construiremos una sociedad cimentada en los principios sólidos del deber, el
orden y el amor a la patria. Sobran todos aquellos que quieran impedirlo. Somos
la Verdad y en
ella nos escudamos. Sargento John Soap McTavish, tu dirigirás esta ofensiva
desde el aire, va siendo hora de que asumas nuevas responsabilidades. Yo
penetraré por tierra. Que el bombardeo sea lento y duradero, que salgan de vez
en cuando a mirar al cielo, así comprobarán que todavía estamos ahí. Nada puede
fallar, porque todo está ya decidido. LOADING…
17
Siendo
como era, tímido e introvertido, le iba a costar mucho decidirse a entregar el
retrato que tanto y tan bien había ido
perfeccionando durante meses en los descansos que hacia cuando jugaba al COD4.
Decidió que se esperaría a que todos los alumnos salieran de clase, dando por
sentado que Carmen seria de las últimas en salir. Entonces podría atajarla.
18
Acertó
en sus previsiones. Carmen ordena ahora sus cosas en el cajón de su pupitre
y aún no ha visto a Francisco Paulino en
el fondo, que le espera con un folio en
la mano y la misma cara de espanto que
tenia el día que entró por vez primera a un confesionario. Ve como ella empieza
a andar en dirección suya. Todavía no se han hablado. Es Carmen quién rompe el
silencio cuando llega a su altura; qué haces ahí de pie, le pregunta seca.
Francisco Paulino le entrega el folio y
le dice con una voz a punto de romperse en mil pedazos; lo hice para ti.
Ella coge el dibujo, lo voltea y se queda mirándolo detenidamente como haciendo
sus comprobaciones. Luego levanta la cabeza y fija sus ojos en los del pequeño;
Quién es, pregunta. Francisco Paulino permanece callado durante unos instantes,
trata de pensar, inútilmente, en el capitán Price, pero no logra concentrarse. Vuelve a decir; no sé, simplemente lo hice para ti. Es ahora Carmen
la que hace un gesto, algo que queda a
media distancia entre la sorpresa y el agradecimiento. Para finalizar le toca
un poco la palma sudorosa de la mano a Francisco Paulino y cierra el dialogo,
antes de irse, con unas palabras de consideración; no era necesario cerillito,
en cualquier caso, gracias por todo.
19
El
pelo de Carmen es de color amarillo limón,
ojos marrones, nariz fina y larga, la
piel blanquita en contraste con
unos labios rojos y húmedos como los polos helados de fresa. Carmen es
bastante hermosa para su edad, es cierto. Además ya lo sabe. Siempre lo supo.
Por todo ello cuando se lo recuerdan no le da la mayor importancia. Parece querer expresar; siempre
fue así, no os dais cuenta, nací con ello y estoy acostumbrada.
Francisco
Paulino sabía todo esto cuando empezó a perfilar el dibujo y quiso ir un poco
más lejos para no defraudar a Carmen. Elaboró una síntesis de conjunción de
tres modelos. Razonó esta teoría: tres bellezas hacen más que una. El resultado
quedó en un collage que mezclaba ciertos rasgos y facciones de las tres
mujeres que él consideraba de su vida; por orden de importancia o adoración, la
virgen María, su madre y la propia Carmen.
Algo deconstruido y moderno, la verdad. Lastima que esta última no lograra
reconocerse.
20
no
era necesario cerillito, en cualquier caso, gracias por todo, le dice ella antes de salir corriendo
por la puerta y dejarlo plantado en mitad de la clase. Si que era necesario,
repite él para nadie y casi susurrando. Y no soy cerillito, dice gritando un poco más, soy el
sargento Soap, John Soap McTavish, a ver si os enteráis todos de una vez.
21
LOADING…[the
last mission] El sargento John Soap McTavish está sentado frente a la pantalla
plana del ordenador , lleva puestas ahora,
las gafas polarizadotas 3D y unos cascos
considerablemente grandes en los que escucha reguetón constructivo. Desde hace
un par de semanas acude los sábados mañana junto con su madre a un descampado
en donde se reúne un colectivo de neoevangelistas que se hacen llamar Iglesia
Urbana, allí es donde ha aprendido que la palabra de Dios puede ser arte y
ritmo a la vez, y sobre todo, allí ha verificado que la postmodernidad
contempla una postrera resurrección. Padre
alúmbrame, no me dejes solo, se puede oír a través de los cascos a golpe de
reguetón. También escucha el sargento John Soap McTavish por algunos gritos que
vienen del fondo de la casa, que su
padre acaba de llegar y discute de nuevo con su madre. En la pantalla del
ordenador el pequeño Francisco Paulino,
el capitán Price, el sargento Gaz y un teniente Vásquez resucitado están
estudiando la manera en la que van a
operar después de que un avión comercial haya sido secuestrado por parte
de un grupo conocido de terroristas que amenaza con explosionarlo. Padre alúmbrame, no me dejes solo sigue
cantando el estribillo de la canción. Las negociaciones con los secuestradores,
vía telefónica, no avanzan. Exigen recuperar la soberanía nacional de su país y
el derecho, por tanto, a gobernarlo a su manera. Estupideces, dice el sargento
John Soap McTavish, en el instante en el que le
llega otra vez desde el fondo del pasillo un grito enérgico de su padre.
Tonterías y estupideces, vuelve a repetir después de haber dejado ya los cascos
y el mando encima del último número de
SeanCity. Con las gafas polarizadotas 3D puestas y la visión un poco
distorsionada, empieza a andar en dirección a la cocina. Está convencido de que
Francisco Paulino, el capitán Price y compañía se las sabrán arreglar sin él.
Repasa los cajones que hay en la alacena,
buscando algo más o menos preciso. Encuentra un tenedor largo para el
cocido, lo coge y se encamina hacia la sala de estar en donde la discusión no
remite. Las gafas polarizadotas deforman un poco el plano, pero el sargento
John Soap McTavish percibe claramente el ancho de la espalda de su padre. No
duda en ningún momento. El tenedor entra fino y directo por debajo de una de
las paletillas. Luego todo son ruidos de cristales rotos en el suelo y lloros
de su madre también arrastrada por el suelo. Para entonces, el sargento
McTavish ya está de vuelta hacia su habitación, en donde una vez sentado, se
coloca de nuevo los cascos y observa cómo el avión secuestrado por el grupo
terrorista no es más que una inmensa bola de fuego y humo en el campo vacío de
un cielo sin horizonte empantallado. GAME OVER.
Padre alúmbrame, no me dejes solo,
continua diciendo una voz por los auriculares.
IV
El des-entierro
1
Todo está preparado
para el gran día en que el Gran Poeta va
a ser des-enterrado
2
Se
balizará la zona, se instalará una carpa para proteger la labor de los
antropólogos y técnicos y donde quedará prohibida la entrada de móviles y demás
aparatos electrónicos que atenten contra el secreto de confidencialidad firmado
entre todas las partes. Todo está preparado para el gran día en que el
Gran Poeta va a ser des-enterrado.
3
Se
balizará la zona, se instalará una carpa para proteger la labor de los antropólogos
y técnicos y donde quedará prohibida la entrada de móviles y demás aparatos
electrónicos que atenten contra el secreto de confidencialidad firmado entre
todas las partes. Con un geo-radar se rastreará el subsuelo con tal de detectar
cualquier alteración que pueda ayudar a la identificación del cadáver. No se
fijan plazos. Nadie sabe durante cuánto tiempo se puede alargar el proceso de
exhumación. Todo está preparado para el
gran dia en que el Gran Poeta va a ser
des-enterrado.
4
Se
balizará la zona, se instalará una carpa para proteger la labor de los
antropólogos y técnicos y donde quedará prohibida la entrada de móviles y demás
aparatos electrónicos que atenten contra el secreto de confidencialidad firmado
entre todas las partes. Con un geo-radar se rastreará el subsuelo con tal de
detectar cualquier alteración que pueda ayudar a la identificación del cadáver.
No se fijan plazos. Nadie sabe durante cuánto tiempo se puede alargar el
proceso de exhumación. Los herederos del Gran Poeta afirman que no quieren un
espectáculo mediático. El convenio que ampara esta actuación contempla realizar
las labores de excavación en el Parque. En ése y en ningún otro emplazamiento.
No se plantea, hasta ahora, otra alternativa si concluye sin éxito este trabajo. Aunque las posibilidades están abiertas. Todo
está preparado para el gran día en que el Gran
Poeta va a ser des-enterrado.
5
“Me parece muy raro
que no lo encuentren donde lo están buscando…”
SONDEO 1
Entre 20 y 35 centímetros de
profundidad
-
Alcorques de un antiguo viñedo
-
Pequeñas acometidas de agua y
fluido eléctrico excavadas en la roca
SONDEO 2
-
Alcorques de un antiguo viñedo.
-
Acometidas de agua y luz del
Parque.
-
Restos de vidrios y latas de
conserva muy recientes.
6
“En la zona hay tres
mil muertos y en algún sitio tiene que estar…”
SONDEO 3
-
Excavación junto a una roca que
presentaba un impacto de bala. No se descubrió nada. El afloramiento de roca
viva se encontraba a escasos centímetros de la superficie.
SONDEO 4
-
Acometidas de agua
-
Raíces de uno de los olivos que algunos de los
investigadores reconocen como el lugar de enterramiento.
7
Testimonio
uno:
-Le dejamos que se adelantara unos
pasos, iban unos cuantos, no sé, entre cuatro y siete, entonces cargamos los
fusiles y disparamos. Él miró hacia atrás. Bueno no, no miró. Yo lo vi caer,
junto a los otros, pero no sé si estaba
muerto. Vestía de blanco. Algunos dicen
que logró escapar. Yo no lo creo.
Testimonio dos:
-Es cierto, yo lo maté, pero lo
enterró otro…
8
Testimonio tres:
-Todo se ha exagerado. Nadie mató a
nadie. A veces me digo: sobran las
especulaciones. Basta de calumnias y mentiras. Es verdad que lo habíamos citado en
el gobierno civil. Queríamos comentar, aclarar con él ciertos asuntos,
ciertos temas que nos tenían un tanto preocupados. Cuestiones sin demasiada
importancia, pero que había que resolver. Él llegó de casa de su otro amigo el
poeta, en donde pasaba tardes enteras. Llegó aquí, con un frac negro y una
pajarita roja, contento y despreocupado, como siempre. Hicimos nuestras
preguntas, contestó con solvencia,
y aclarado. Malentendidos, sabe
usted. Yo mismo lo vi marchar por esa puerta.
Testimonio
cuatro:
-La gente miente oiga, miente por
vicio, o por virtud, como usted quiera. Sin la mentira sería imposible vivir.
Qué dicen que lo asesinamos, que lo fusilamos y luego lo enterramos por ese
parque del demonio, por qué no lo encuentran entonces. También dicen que el
país iba bien, que no hacía falta ningún cambio y mira tú si fue necesario
cambiar cosas para salir de ese terreno fangoso en el que estábamos
empantanados. Locuras, hágame caso. Ellos están resentidos y es medio
comprensible. Pero que tengan cuidado no vayan a perder completamente la razón.
Vaya la que se ha montado por ese
poetastro del tres al cuarto. Además, era marica.
9
Testimonio
cinco:
-Nunca supe muy bien por qué lo
hice. El sonido de aquellos disparos me acompañara toda mi vida. Fue al
unísono, o casi porque yo creo que apreté primero. Él me estaba mirando.
Caminaba de espaldas pero se giró en el último instante. Habíamos hablado
minutos antes, en la antigua escuela, aunque más bien fue él quién habló. Me
recitó un poema. No lloraba, pero faltaba poco. Tenía mucho miedo. Estaba aterrorizado
el pobre. Aún así, pienso que logró entenderme. Sabía que yo no podía hacer
nada que pudiera evitarlo.
Testimonio
seis:
-¿Qué por qué él? Alguien tenía que
dar ejemplo. Toda corrección debe
servirse de un primer caso ejemplar, y había mucho que corregir. Y digo
yo, ¿por qué no? No olviden que era un
maricón de cojones, y comunista. ¿Católico? Bueno, bueno, eso está por ver…
10
Testimonio siete:
-Lea aquí, está más que claro; “muerto el veinte de un mes caluroso de agosto” y un poco más adelante; “muerte debida a heridas producidas por
hechos de guerra”. Francamente, no sé que más hace falta. Hechos de guerra,
si. Esto es su parte de defunción, no es
un invento mío. Luchó como los demás luchamos, y murió también, como los demás
murieron, honorablemente. A pesar, todo quede dicho, del despropósito y la
injusticia de la causa que defendía. Opiniones aparte.
Testimonio
ocho:
-Era ridículo verlo allí enzarzado
en esa pelea de gallos, parecían dos serpientes en celo, eso si, dos serpientes
emplumadas. Todos hacíamos corrillo para alentarlos a que siguieran con la
reyerta. Pensaba que los maricas, como las nenazas se tiraban de los pelos
cuando se peleaban, pero no, estaba equivocado. Tuvo golpes de verdadero
boxeador. Aunque el otro era más malicioso. Ya ven ustedes, un poeta boxeando
en medio de un círculo de hombres entusiasmados. Siempre he pensado que le
había influido ese chiflado de Cravan, también poeta, y sobrino de Oscar Wilde.
Cravan se atrevió a desafiar a todo un campeón de los pesos pesado como Jack Johnson, después desapareció por el golfo de México
sin dejar rastro alguno. Tendrían que haberse calmado. No era para tanto. Mira
que morir en una jarana así, en manos de un burdo maricón.
11
Testimonio
nueve:
-Ni siquiera supimos hasta un tiempo
después que se trataba de él, el Gran Poeta. Venia malherido junto a otro que
se presentó como el maestro de una pequeña escuela. Llegaron esposados al convento. Nosotras los recibimos con todas
las atenciones, como hubiéramos hecho con cualquier otra persona. Primero les
curamos un poco las heridas para que pudieran descansar bien. Durmieron durante
unas horas y al despertar supimos por la declaración del maestro de escuela que
habían sobrevivido a un fusilamiento. Debieron escapar, aunque no se muy bien
cómo porque nunca querían hablar de ello. El maestro, eso es cierto, era una persona muy extrovertida, siempre
feliz y con ganas de que el conflicto acabara para poder volver con su familia.
No así, el Gran Poeta, de normal serio e introvertido, si bien es verdad que el
pobre no recordaba nada de lo que había pasado. Perdió completamente la
memoria. Y usted sabe que un hombre sin su ayer no es nadie, o todo, como quiso
hacernos ver la madre superiora, para quien el olvido es una señal que nos
manda el de arriba. Hay que perdonar, ahí esta, nos decía ella, la clave para una buena convivencia entre
hermanos. Ahora todo el mundo está empeñado en echar la vista atrás, y ya ve usted cual es el resultado, un
odio nuevo y creciente, que parece engordar a medida que desciende por la ladera
nevada del resentimiento. Leí el otro día, no recuerdo en que revista de esas
que tratan de cuestiones posmodernas, algo sobre……..ya ve usted, que a fin de
cuentas no estamos tan distanciados de la crítica y el análisis que de la
sociedad hace la cultura. Murió hace unos veinte o treinta años, ni recuerdo.
Venia de dar un paseo cuando se sentó, como de costumbre a mirar los pajarillos
posarse sobre las ramas de los olivos. Atardecía y empezaba a refrescar. Lo
encontraron allí, sentado, con los ojos abiertos clavados en un punto impreciso
del horizonte. Se trató, como aquí dijimos, de una muerte con esperanza, ya
sabe, la mirada en los suyo de persistir, buscar un significado en algún punto
del espacio. Nosotras le recomendamos la dirección, le invitábamos a que
apuntara hacia arriba, pero él hablaba poco, sonreía con melancolía y volvía a
ensimismarse. Las cenizas, a petición suya, las mezclamos con la tierra con tal
de que sirviera de abono para los
olivos. A ver si algún día, dijo, puedo volar como ellos, quizás, tal vez os
traiga noticias del cielo. Quiero ser la
tierra que alimente a los olivos/ el olivo alimentado por la tierra/ el pájaro que descansa en la rama y echa a
volar/ quiero ser las tres cosas/ la tierra, el pájaro y el olivo. Fue el primer y el único poema que
pudimos oír. Sí, dijo olivo, no olvido
como dicen algunas de mis hermanas, de eso estoy segura.
Testimonio
diez:
Sin comentarios, si no hay nada, no
hay nada. Todo ha sido un delirio colectivo, una alucinación. No existió y lo
sabemos. Alguien escribió esos versos, pero no él. Se trata de la elaboración
de una teoría conspirativa. Quieren
resarcirse, bucean en el pasado y resucitan el cadáver de un fantasma. Absurdo.
Todo es falso y absurdo. ¿Ya puedo reírme?
Testimonio
once:
Es un duro golpe. No está ahí, donde
pensábamos. De acuerdo. Habrá que empezar entonces de cero, pero seguiremos
buscando. En algún sitio, repito, tiene que estar. ¿Qué si llenaremos de
agujeros el país? No se preocupe, otros
los taparan. Es bueno airear la
tierra de tanto en tanto.
Testimonio
doce:
Lo de enterrarlo fue fácil. Juntamos
cientos de cuerpos, como una gran orgia. Caían unos sobre otros. Piernas,
cabezas, brazos. Todo mezclado. Alguno todavía respiraba. A veces cuesta
ejecutar a la perfección. A él lo enterré yo, eso creo, al menos. Más tarde
tuvimos que trasladarlos a otro sitio. Para finalmente volverlos a traer.
Supongo que se perdieron huesos por el camino. Es normal en un traslado que se
extravíe alguna cosa.
12
Conclusión del informe:
Link: Video
Olvidamos
demasiado que toda nuestra realidad ha pasado por el hilo de los media,
incluidos los sucesos trágicos del pasado. Esto significa que es demasiado
tarde para verificarlos y comprenderlos históricamente, pues lo que caracteriza
precisamente nuestra época, nuestro fin de siglo, es que los instrumentos de
esta ilegibilidad han desaparecido. Había que comprender la Historia mientras esta
existía. […] Un proceso sólo puede ser incoado cuando hay un desarrollo
consecutivo […] No comprendimos esas cosas cuando aún teníamos los medios para
hacerlo. En el futuro ya no las comprenderemos. […] Ya no tenemos la fuerza del
olvido, nuestra amnesia es la de las imágenes. ¿Quién va a decretar la amnistía
si todo el mundo es culpable? En cuanto a la autopsia, ya nadie cree en la
veracidad anatómica de los hechos: trabajamos a partir de modelos. […]
Confusión con respecto a la identidad de las cosas a fuerza de instruirlas y
memorizarlas. Indiferencia de la memoria, indiferencia ante la historia equivalente
a los esfuerzos por objetivarla. Un día nos preguntaremos si el propio
Heidegger existió alguna vez. […] Lo que está ocurriendo colectiva y
confusamente a través de todos los procesos y de todas las polémicas es el paso
del estadio histórico a un estadio mítico, es la reconstrucción mítica, y
mediática, de todos esos acontecimientos. Y en cierto sentido esta conversión
mítica es la única operación que puede no ya disculparnos moralmente, sino
absolvernos fantasmagóricamente de este crimen original.
NECROSPECTIVA EN TORNO A MARTIN HEIDEGGER
-Jean Baudrillard-
[1]Nota aclaratoria: No es lugar ni momento de tratar aquí los motivos que hicieron a la familia de
Macarena desatender sus peticiones. Clínicamente
Leonilda Arce Dávalos había muerto vieja y escindida. Lo más cómodo para los
congéneres fue aceptar el parte médico. Así se hizo. Macarena fue enterrada con el pseudónimo de
Leonilda en el mismo nicho en el que su
marido Gabriel Llar Puig había sido
enterrado cuatro años antes con el sobre nombre de Juan Fernández Carrasco.
Llovía esa tarde en la que Macarena fue enterrada. Todo el mundo se cubrió con
paraguas negros. Hicieron falta hasta siete paletazos de yeso para fijar bien
la lápida. Se escaparon algunas lágrimas. No hubo versos. Ni siquiera se abrió
el féretro por última vez. Un alcaraván cantó
algo que nadie pudo entender. Ocho filas más a la izquierda se lloraba
otra muerte
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